INTRODUCCION
Este ensayo va dirigido al tema de la
sociedad civil ya que en los últimos años se le ha dado una gran importancia no
solo en el ámbito político y social sino también en el académico ya que es una
pieza clave para el desarrollo democrático de los Estados.
El surgimiento de la sociedad civil ha
sido provocado y alentado por dos procesos históricos de la segunda mitad del
siglo XX: a) la crisis del Estado benefactor europeo en los años sesenta y
setenta, y su sustitución por los experimentos institucionales neocorporativos
o neoliberales, y b) la caída de los regímenes comunistas en la ex Unión
Soviética y en Europa del Este a fines de los años ochenta.
La sociedad
civil liberal
El renacimiento
de la sociedad civil es un fenómeno reciente. Cuando muchos ya la habían olvidado,
se fortaleció y adquirió una creciente legitimidad pública.
Víctor Pérez Díaz propone un concepto restringido
de sociedad civil que incluye la esfera pública y las instituciones sociales.
La esfera pública forma parte de la sociedad civil porque ésta se compone de
agentes implicados simultáneamente en actuaciones privadas y en asuntos
públicos que sólo pueden ser conciliados mediante un debate público. Las
instituciones sociales, por su parte, incluyen tanto a los mercados como a un
conjunto de asociaciones voluntarias que compiten y cooperan entre sí.
Dentro de este esquema, el Estado y la sociedad están
separados pero implicados en una serie de intercambios que se suscitan porque
el Estado es a la vez un aparato coercitivo que garantiza la paz y un proveedor
de servicios hacia la sociedad. En correspondencia, el Estado demanda de la
sociedad su consentimiento hacia su autoridad. Mediante esta relación de mando
y obediencia se configuran las distintas modalidades de intercambio entre el
Estado y la sociedad: aceptación, consentimiento, rechazo, etcétera.
Este conjunto de
relaciones de intercambio son analizadas por Pérez Díaz en las sociedades
europeas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Para el autor, a partir de
los años cincuenta aumentó considerablemente el papel del Estado como proveedor
de servicios, con lo que ocupó una posición cada vez más relevante en la vida
económica y social de los países occidentales.
Sin embargo, señala Pérez Díaz, al equilibrio
relativo de los años cincuenta y sesenta le siguió un período turbulento entre
mediados de los sesenta y principios de los setenta caracterizado por la
aparición de nuevos movimientos sociales, una grave crisis económica e
incertidumbres políticas. La ejecución de políticas consecuentes con
este diagnóstico puso en dificultades el compromiso social y democrático de los
años cincuenta y sesenta. El equilibrio del Estado de bienestar se tambaleó y
la respuesta no se hizo esperar: “Tuvieron lugar dos tipos de experimentos con
el diseño institucional del Estado del bienestar: el desarrollo del neocorporativismo,
que parecía mejor acomodarse a las tradiciones socialdemócratas y
conservadoras; y el experimento de la privatización y expansión de los mercados
abiertos, asociado a una filosofía política neoliberal”.
El neocorporativismo consistió en un espacio
institucional de consulta entre empresarios y trabajadores, con la intervención
del gobierno, para formular y ejecutar políticas socioeconómicas claves que
pretendían mantener el compromiso social y democrático. El neoliberalismo tenía
una filosofía distinta, según la cual la tendencia histórica al crecimiento del
Estado debía de ser contenida y revertida. Desde esta visión la responsabilidad
del Estado debía de ser reducida en favor de los mercados, es decir, de la
capacidad autorreguladora de empresas, familias e individuos. Las políticas
neoliberales tuvieron como objetivo establecer un marco de leyes e
instituciones que permitieran a los mercados abiertos desenvolverse sin ningún
obstáculo. A la par se instrumentaron políticas de liberalización y
privatización cuyo objetivo era reducir la supervisión estatal de distintas
actividades económicas.
Con el neoliberalismo no se ha
fortalecido la esfera pública ni tampoco ha sido devuelto el poder al conjunto
de asociaciones sociales y voluntarias sino a una oligarquía financiera. Los
compromisos que anteriormente descansaban en el Estado han sido abandonados y
dejados a las fuerzas del mercado, espacio antidemocrático ya que en él domina
el capital de las oligarquías financieras a costa de los “individuos
autónomos”. Los individuos no son más libres en este sistema ya que su esfera
de libertad está en entredicho por una desigualdad de origen: la del mercado.
Ernest Gellner analiza el proceso de
liberalización de las sociedades comunistas de la ex Unión Soviética y en
Europa del Este. El primer intento de liberalización de las sociedades
comunistas después de la muerte de Stalin, durante la apertura de Kruschev, se
caracterizó por la retención de la fe original, por un deseo de liberarla de
sus deformaciones internas, pero existía aún la creencia de que el comunismo
podía ser eficaz y que moralmente era superior. En tiempos de la segunda
liberalización, bajo Gorvachev, no quedaba nada de ninguna de esas dos
ilusiones. Se necesitaba un nuevo ideal que se encontró precisamente en la
sociedad civil: en la idea de un pluralismo institucional e ideológico, que
impide el establecimiento del monopolio del poder y de la verdad, y que
contrapese las instituciones centrales.
La práctica real del marxismo ha
llevado a lo que Gellner llama el “cesaropapismo-mammonismo”, es decir, la
fusión casi total de las jerarquías políticas, ideológicas y económicas. El
Estado, el partido-Iglesia y los directivos económicos pertenecían todos a una
única nomenclatura. Dicho sistema centralista dio lugar a una sociedad
atomizada e individualizada que, lejos de crear al hombre nuevo, dio a luz a
hombres cínicos, amorales y tramposos.
La sociedad civil gellneriana se
compone de una pluralidad económica, política e ideológica de instituciones no
gubernamentales suficientemente fuertes como para contrarrestar al Estado,
aunque no impidan al mismo cumplir con sus funciones de garantizar la paz y ser
árbitro de intereses fundamentales.
Entre la libertad y la igualdad,
Gellner parece inclinarse por la primera, pero no a costa de la segunda.
La sociedad civil
social-liberal
El renacimiento de la sociedad civil ha seguido
diferentes senderos. Uno de ellos es precisamente el tomado por algunos autores
posmarxistas o neomarxistas como John Keane y David HeId, quienes analizan a la
sociedad civil europea en el marco de las discusiones sobre la opción
socialista.
Por lo que respecta a Keane, el socialismo sólo puede
tener perspectivas si deja de identificársele con el poder estatal centralizado
y se le convierte en sinónimo de una mayor democracia, de un sistema de poder
diferenciado y pluralista. Esta fórmula heterodoxa exige replantear la relación
entre el Estado y la sociedad civil.
La distinción entre
sociedad civil y Estado es analizada por Keane al abordar el caso del Estado
benefactor al que denomina socialismo estatalmente administrado. Para el autor,
el programa socialdemócrata, a pesar de sus avances, ha perdido atractivo en
las sociedades occidentales porque no ha sabido reconocer la forma y los límites
deseables de la acción estatal respecto a la sociedad civil. Este modelo
incurrió en varios errores: asumió que el poder estatal podía hacerse cargo de
la existencia social, por lo que alentó el consumo pasivo y la apatía
ciudadana; fracasó a la hora de cumplir las promesas que alentó; su eficacia se
vio debilitada por los intentos de ampliar la regulación y el control de la
vida social mediante formas corporativistas de intervención que en vez de
fomentar los intereses mejor organizados de la sociedad los supeditaron a los
intereses del gobierno. En contra de lo esperado, estas formas corporativas no
aseguraron mayor estabilidad política y social, sino que hicieron más
vulnerable al Estado ante la resistencia y poderes de prohibición de los grupos
sociales poderosos.
Keane sugiere que se
adopten nociones más complejas de igualdad y de libertad. La distancia entre
los que tienen y los que no tienen sólo puede eliminarse desarrollando
mecanismos institucionales que distribuyan bienes diferentes a personas
diferentes, de diferentes maneras y por razones distintas. Igualmente, las
nociones de libertad simple deben ser reemplazadas por nociones complejas de libertad.
Dicha libertad compleja implicaría un espacio en donde las posibilidades de
elección fueran ampliadas mediante una variedad de esferas sociales y políticas
en las que los grupos ciudadanos podrían participar si así lo quisieran. Pero,
estas nociones de igualdad y libertad complejas podrían adquirir sentido
práctico si estimulan un conjunto de reformas que permitan restringir el poder
estatal y expandir a la sociedad civil.
En este sentido, la democratización socialista
significaría mantener y redefinir las fronteras entre sociedad civil y Estado
mediante dos procesos simultáneos: la expansión de la libertad e igualdad
social, y la democratización y reestructuración de las instituciones estatales.
Para llevar a buen puerto esta iniciativa se necesitaría reducir el poder del
capital privado y del Estado frente a la sociedad civil, mediante luchas
sociales e iniciativas políticas públicas que permitan a los ciudadanos
intervenir en condiciones menos desfavorables en las esferas social y política
y responsabilizar a las instituciones estatales ante la sociedad civil,
redefiniendo sus funciones de protección y regulación de la vida de los
ciudadanos. De esta forma, Estado y sociedad civil serían las dos caras de la
moneda democratizadora.
David Held señala que para
que la democracia renazca en nuestros días debe ser concebida como un fenómeno
de dos caras: que se refiera a la reforma del poder del Estado, por una parte,
y a la reestructuración de la esfera de la sociedad civil, por la otra.
Para Held, el principio de autonomía sólo puede
llevarse a la práctica si se definen las formas y límites de la acción del
Estado y de la sociedad civil, En muchos países occidentales los límites del
gobierno están definidos en constituciones y declaraciones de derechos. Sin
embargo, el principio de autonomía democrática exige que estos límites del poder público se
revaloren en relación con un conjunto de cuestiones mucho más amplio. Si la
autonomía significa “que las personas sean libres e iguales en la determinación
de las condiciones de su propia vida, y que disfruten de los mismos derechos y
obligaciones en la especificación de un marco que genera y limita las
oportunidades a su disposición”, entonces dichas personas deben estar en
condiciones de gozar estos derechos no sólo formalmente, sino también en la
práctica diaria.
Estado
y Sociedad Civil
Necesitamos adoptar una
perspectiva que no sólo valorice la sociedad civil y celebre su creciente
protagonismo, sino que también colabore para politizarla, liberándola de los
intereses particulares, aproximándola a los intereses generales, de la
hegemonía del Estado.
El activismo civil
funcionaría como una especie de fuente generadora de energía, con la cual se
neutralizarían las maldades del sistema político. Por detrás de todo esto se
despliega una visión falsa de las relaciones entre el Estado y la
sociedad civil, que en lugar de ser vistas como estructura de unidad,
adoptarían la imagen de una separación, de una ausencia de comunicación.
Pero la sociedad civil que emerge de esta
visión es una sociedad civil despolitizada.
Concebida sin lazos orgánicos con el Estado,
la sociedad civil no consigue aparecer como el terreno en el cual los grupos
luchan por la hegemonía. Gramsci diría que los sujetos sociales se candidatean
para la dominación y la hegemonía en la medida en que “se tornan Estado”. Sin
Estado no hay sociedad civil digna de atención: sin Estado no puede haber
hegemonía.
La sociedad civil no es inmediatamente
política. La sociedad civil es el mundo de las organizaciones, de los
particularismos, de la defensa muchas veces egoísta y encarnizada de intereses
parciales. Su dimensión política requiere ser construida.
Es mediante la activación política que la
sociedad civil se vincula al espacio público democrático. La politización de la
sociedad civil, por lo tanto, resulta de luchas, de la evidenciación de
identidades, proyectos y perspectivas que chocan y compiten entre sí. Y es sólo
esta sociedad civil politizada la que se muestra capacitada para funcionar como
la base de otro proyecto de hegemonía, como base de una oposición efectivamente
libertadora, popular y democrática, ante las estrategias de dominación
referenciadas por el gran capital. Solamente esta sociedad civil puede
vislumbrarse como plataforma para que se rediseñe democráticamente el Estado para
que se avance rumbo a una reforma cualitativa y sustantiva del Estado.
La comprensión de la dialéctica
Estado-sociedad civil y la asimilación de un concepto riguroso de sociedad
civil no son importantes sólo para que nos hagamos teóricamente más aptos para
entender el mundo en que vivimos, sino que también son decisivos para que
comprendamos el sentido mismo de la reforma del Estado que hoy se encuentra en
pleno curso.
El problema de la disyunción entre política y
sociedad civil. Es que nosotros nos volvimos modernos y globales casi
simultáneamente. Nos fuimos modernizando al tiempo que nos fuimos globalizando.
Es decir, fuimos condicionados, en primer lugar, por la nueva fase de
ordenamiento de las relaciones internacionales y de organización del mundo, que
se identifica con la afirmación de una hegemonía, la hegemonía del
neoliberalismo, con su individualismo agresivo, su énfasis en el mercado y en
la minimización de la presencia del Estado. En segundo lugar, vimos reducirse
las bases de la soberanía, teniendo que asistir a una sensible disminución de
la supremacía estatal vis-à-vis en el exterior y en el interior, con los
individuos siendo proyectados como ciudadanos de un Estado que ya no logra
imponerse sobre su propio territorio ni sobre los hombres y mujeres que en él
conviven. En tercer lugar, nos globalizamos en el sentido de que fuimos
alcanzados por el proceso de difusión de informaciones en una escala inédita,
pasando a integrar una verdadera “aldea global” donde se opera en “tiempo real”,
en la cual las informaciones circulan a una velocidad extraordinaria y entran
en todas partes sin pedir permiso.
La reunión de estas tres vertientes
constitutivas del proceso de globalización crisis de la soberanía, están generando
en nuestros días, en todo el mundo, una especie de mentira de los institutos
clásicos de la política. Ya no sabemos más cómo organizar los consensos y ya no
poseemos más ciudadanos capacitados para reflexionar, ponderar y calcular con
base en diseños razonables de futuro. La sociedad civil terminó, así, por
entregarse a los intereses particulares más inmediatos que en ella conviven de
modo competitivo, no dejándose alcanzar por ningún proyecto “general”:
permaneció de espaldas a la política, incapacitándose para producir consensos o
crear hegemonías. Con esto, la propia democracia tiende a fluctuar, a ubicarse
por encima de la sociedad, a afirmarse sólo como un valor abstracto. El espacio
de la política, a su vez, se convirtió en un espacio de la política como
espectáculo. Más imágenes, menos “hechos”, menos ideas, menos opiniones
sustantivas, menos protagonistas organizados. Las disputas electorales pasaron
a hacerse mucho más con base en este juego de imágenes e informaciones que con
base en la confrontación de opciones activadas por organizaciones políticas
vinculadas a la sociedad civil. Se estrecharon así los lugares en que hubiera
sido posible afirmar identidades colectivas y utopías, factores con los cuales
proyectar el futuro.
Fue inevitable que nos encontrásemos con una
separación entre lenguaje del Estado y lenguaje social. Acabamos, entre dos
mundos que sólo se comunican con dificultad y que casi siempre compiten entre
sí. El sistema dominante trata a la sociedad civil como fuente generadora de
problemas para la gobernabilidad, o como expediente con el que se cuenta para
intentar aliviar los costos del Estado.
La sociedad civil, por otra parte, se percibe
como víctima de un Estado que todo lo exige y que poco consigue producir,
responsabilizándolo por todos sus infortunios y por todo aquello que deja de
hacer para atender las distintas carencias o por todo aquello que hace para
ampliarlas. Pero no se trata de una sociedad que se proclamaría con vocación
para autogobernarse: victimizada por el Estado por una parte y por otra parte,
como una especie de niño indefenso incapaz de sobrevivir sin la tutela y la
protección del Estado. Se desea “menos” Estado para ciertas cosas, pero mucho
“más” Estado para otras cosas. Todo depende del grupo que demanda, de la
naturaleza de las reivindicaciones, de los intereses en juego.
En una situación en la cual se profundizan y
se congelan tales oposiciones entre sociedad civil y Estado, ¿qué tipo de
consecuencias se produce? En primer lugar, aumentan las posibilidades de que se
generalice la idea de una sociedad civil “sin Estado”, desprovista de formas de
mediación, que se representa a sí misma todo el tiempo, y que por lo tanto
nunca se representa de hecho, en la cual los intereses particulares, combaten
unos con otros por motivos no muy nobles; un espacio en el que imperaría la ley
del más fuerte y donde los intereses de los más fuertes se afirmarían ante los
intereses de los más débiles. Con lo que quedaría imposibilitada la resolución
del problema de saber quién organiza a los desorganizados y dirige la sociedad
civil, o sea, quién direcciona los intereses hacia nuevas formas de equilibrio
o de compensación. En suma, en esta imagen salvaje, permanece sin saberse qué
instancia reuniría las condiciones para “obligar” a los diversos intereses
particulares, afirmados siempre de modo imperial y agresivo, a integrar una
comunidad política que los igualaría y equilibraría.
También queda sin condiciones para ser
resuelto el problema de saber quién “protege” los intereses de los más débiles
o garantiza las conquistas sociales acumuladas a lo largo del tiempo. En el
límite, por consiguiente, en un escenario en el cual Estado y sociedad civil
son mundos separados, se torna extremadamente difícil la afirmación política de
la sociedad civil, es decir, la afirmación de nuevas hegemonías.
En segundo lugar, aumentan también las
posibilidades de que se materialice un “Estado sin sociedad civil”, o sea un
Estado omnipotentemente concentrado en sus poderes ejecutivos, vacío de
política, racionalmente gerencial, concebido a lo más como defensor de una
democracia minimalista y de una sociedad civil capacitada para firmar
“sociedades” o actuar en procesos de “descentralización participativa”
meramente protocolares.
Conclusión
La sociedad civil a lo largo del pensamiento
político experimenta una gradual independencia de la economía o el mercado, así
como del Estado. El desarrollo del concepto en la modernidad desemboca en una
sociedad civil entendida como un ámbito autónomo, que incluye elementos
distintos a los de las otras esferas de la economía y del Estado y opera con
lógicas de funcionamiento propias.
El concepto de sociedad civil, además de su
recorrido complejo y de sus constantes cambios de significado experimenta en la
actualidad otra situación que amenaza su posibilidad de consolidación como
potente herramienta analítica: la constante evocación de la sociedad civil como
bandera de lucha, como parte de un discurso movilizador utilizado, desde los
movimientos de oposición a los regímenes autoritarios, tanto en Europa de este
como en los movimientos latinoamericanos contra las dictaduras y la actual
sobreexplotación del término, comúnmente utilizado por periodistas, líderes
políticos y otros actores, han contribuido a la ambigüedad del concepto de
sociedad civil.
El camino que ha recorrido la sociedad civil va
adquiriendo múltiples significados, según el momento histórico en que se
utiliza el concepto.
Bibliografía
Gellner, Ernest, Adam Ferguson y la
sorprendente solidez de la sociedad civil, en Revista
Metapolítica, Vol. 1, Nº2, Junio 1997, pp.199-210.
Gramsci, Antonio, Notas sobre Maquiavelo,
sobre la política y sobre el Estado moderno. Traducción de José Aricó. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires,1972.
Olvera, Alberto J. (coordinador), La
Sociedad Civil: De la teoría a la realidad, Centro de Estudios Sociológicos, El Colegio
de México, México, D. F., 1999. (Varios
autores).