viernes, 8 de junio de 2012

LA SOCIEDAD CIVIL

INTRODUCCION

Este ensayo va dirigido al tema de la sociedad civil ya que en los últimos años se le ha dado una gran importancia no solo en el ámbito político y social sino también en el académico ya que es una pieza clave para el desarrollo democrático de los Estados.

El surgimiento de la sociedad civil ha sido provocado y alentado por dos procesos históricos de la segunda mitad del siglo XX: a) la crisis del Estado benefactor europeo en los años sesenta y setenta, y su sustitución por los experimentos institucionales neocorporativos o neoliberales, y b) la caída de los regímenes comunistas en la ex Unión Soviética y en Europa del Este a fines de los años ochenta.

La sociedad civil liberal

El renacimiento de la sociedad civil es un fenómeno reciente. Cuando muchos ya la habían olvidado, se fortaleció y adquirió una creciente legitimidad pública.

Víctor Pérez Díaz propone un concepto restringido de sociedad civil que incluye la esfera pública y las instituciones sociales. La esfera pública forma parte de la sociedad civil porque ésta se compone de agentes implicados simultáneamente en actuaciones privadas y en asuntos públicos que sólo pueden ser conciliados mediante un debate público. Las instituciones sociales, por su parte, incluyen tanto a los mercados como a un conjunto de asociaciones voluntarias que compiten y cooperan entre sí.

Dentro de este esquema, el Estado y la sociedad están separados pero implicados en una serie de intercambios que se suscitan porque el Estado es a la vez un aparato coercitivo que garantiza la paz y un proveedor de servicios hacia la sociedad. En correspondencia, el Estado demanda de la sociedad su consentimiento hacia su autoridad. Mediante esta relación de mando y obediencia se configuran las distintas modalidades de intercambio entre el Estado y la sociedad: aceptación, consentimiento, rechazo, etcétera.

Este conjunto de relaciones de intercambio son analizadas por Pérez Díaz en las sociedades europeas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Para el autor, a partir de los años cincuenta aumentó considerablemente el papel del Estado como proveedor de servicios, con lo que ocupó una posición cada vez más relevante en la vida económica y social de los países occidentales.

Sin embargo, señala Pérez Díaz, al equilibrio relativo de los años cincuenta y sesenta le siguió un período turbulento entre mediados de los sesenta y principios de los setenta caracterizado por la aparición de nuevos movimientos sociales, una grave crisis económica e incertidumbres políticas. La ejecución de políticas consecuentes con este diagnóstico puso en dificultades el compromiso social y democrático de los años cincuenta y sesenta. El equilibrio del Estado de bienestar se tambaleó y la respuesta no se hizo esperar: “Tuvieron lugar dos tipos de experimentos con el diseño institucional del Estado del bienestar: el desarrollo del neocorporativismo, que parecía mejor acomodarse a las tradiciones socialdemócratas y conservadoras; y el experimento de la privatización y expansión de los mercados abiertos, asociado a una filosofía política neoliberal”.

El neocorporativismo consistió en un espacio institucional de consulta entre empresarios y trabajadores, con la intervención del gobierno, para formular y ejecutar políticas socioeconómicas claves que pretendían mantener el compromiso social y democrático. El neoliberalismo tenía una filosofía distinta, según la cual la tendencia histórica al crecimiento del Estado debía de ser contenida y revertida. Desde esta visión la responsabilidad del Estado debía de ser reducida en favor de los mercados, es decir, de la capacidad autorreguladora de empresas, familias e individuos. Las políticas neoliberales tuvieron como objetivo establecer un marco de leyes e instituciones que permitieran a los mercados abiertos desenvolverse sin ningún obstáculo. A la par se instrumentaron políticas de liberalización y privatización cuyo objetivo era reducir la supervisión estatal de distintas actividades económicas.

Con el neoliberalismo no se ha fortalecido la esfera pública ni tampoco ha sido devuelto el poder al conjunto de asociaciones sociales y voluntarias sino a una oligarquía financiera. Los compromisos que anteriormente descansaban en el Estado han sido abandonados y dejados a las fuerzas del mercado, espacio antidemocrático ya que en él domina el capital de las oligarquías financieras a costa de los “individuos autónomos”. Los individuos no son más libres en este sistema ya que su esfera de libertad está en entredicho por una desigualdad de origen: la del mercado.

Ernest Gellner analiza el proceso de liberalización de las sociedades comunistas de la ex Unión Soviética y en Europa del Este. El primer intento de liberalización de las sociedades comunistas después de la muerte de Stalin, durante la apertura de Kruschev, se caracterizó por la retención de la fe original, por un deseo de liberarla de sus deformaciones internas, pero existía aún la creencia de que el comunismo podía ser eficaz y que moralmente era superior. En tiempos de la segunda liberalización, bajo Gorvachev, no quedaba nada de ninguna de esas dos ilusiones. Se necesitaba un nuevo ideal que se encontró precisamente en la sociedad civil: en la idea de un pluralismo institucional e ideológico, que impide el establecimiento del monopolio del poder y de la verdad, y que contrapese las instituciones centrales.

La práctica real del marxismo ha llevado a lo que Gellner llama el “cesaropapismo-mammonismo”, es decir, la fusión casi total de las jerarquías políticas, ideológicas y económicas. El Estado, el partido-Iglesia y los directivos económicos pertenecían todos a una única nomenclatura. Dicho sistema centralista dio lugar a una sociedad atomizada e individualizada que, lejos de crear al hombre nuevo, dio a luz a hombres cínicos, amorales y tramposos.

La sociedad civil gellneriana se compone de una pluralidad económica, política e ideológica de instituciones no gubernamentales suficientemente fuertes como para contrarrestar al Estado, aunque no impidan al mismo cumplir con sus funciones de garantizar la paz y ser árbitro de intereses fundamentales.

Entre la libertad y la igualdad, Gellner parece inclinarse por la primera, pero no a costa de la segunda.

La sociedad civil social-liberal

El renacimiento de la sociedad civil ha seguido diferentes senderos. Uno de ellos es precisamente el tomado por algunos autores posmarxistas o neomarxistas como John Keane y David HeId, quienes analizan a la sociedad civil europea en el marco de las discusiones sobre la opción socialista.

Por lo que respecta a Keane, el socialismo sólo puede tener perspectivas si deja de identificársele con el poder estatal centralizado y se le convierte en sinónimo de una mayor democracia, de un sistema de poder diferenciado y pluralista. Esta fórmula heterodoxa exige replantear la relación entre el Estado y la sociedad civil.

La distinción entre sociedad civil y Estado es analizada por Keane al abordar el caso del Estado benefactor al que denomina socialismo estatalmente administrado. Para el autor, el programa socialdemócrata, a pesar de sus avances, ha perdido atractivo en las sociedades occidentales porque no ha sabido reconocer la forma y los límites deseables de la acción estatal respecto a la sociedad civil. Este modelo incurrió en varios errores: asumió que el poder estatal podía hacerse cargo de la existencia social, por lo que alentó el consumo pasivo y la apatía ciudadana; fracasó a la hora de cumplir las promesas que alentó; su eficacia se vio debilitada por los intentos de ampliar la regulación y el control de la vida social mediante formas corporativistas de intervención que en vez de fomentar los intereses mejor organizados de la sociedad los supeditaron a los intereses del gobierno. En contra de lo esperado, estas formas corporativas no aseguraron mayor estabilidad política y social, sino que hicieron más vulnerable al Estado ante la resistencia y poderes de prohibición de los grupos sociales poderosos.

Keane sugiere que se adopten nociones más complejas de igualdad y de libertad. La distancia entre los que tienen y los que no tienen sólo puede eliminarse desarrollando mecanismos institucionales que distribuyan bienes diferentes a personas diferentes, de diferentes maneras y por razones distintas. Igualmente, las nociones de libertad simple deben ser reemplazadas por nociones complejas de libertad. Dicha libertad compleja implicaría un espacio en donde las posibilidades de elección fueran ampliadas mediante una variedad de esferas sociales y políticas en las que los grupos ciudadanos podrían participar si así lo quisieran. Pero, estas nociones de igualdad y libertad complejas podrían adquirir sentido práctico si estimulan un conjunto de reformas que permitan restringir el poder estatal y expandir a la sociedad civil.

En este sentido, la democratización socialista significaría mantener y redefinir las fronteras entre sociedad civil y Estado mediante dos procesos simultáneos: la expansión de la libertad e igualdad social, y la democratización y reestructuración de las instituciones estatales. Para llevar a buen puerto esta iniciativa se necesitaría reducir el poder del capital privado y del Estado frente a la sociedad civil, mediante luchas sociales e iniciativas políticas públicas que permitan a los ciudadanos intervenir en condiciones menos desfavorables en las esferas social y política y responsabilizar a las instituciones estatales ante la sociedad civil, redefiniendo sus funciones de protección y regulación de la vida de los ciudadanos. De esta forma, Estado y sociedad civil serían las dos caras de la moneda democratizadora.
David Held señala que para que la democracia renazca en nuestros días debe ser concebida como un fenómeno de dos caras: que se refiera a la reforma del poder del Estado, por una parte, y a la reestructuración de la esfera de la sociedad civil, por la otra.

Para Held, el principio de autonomía sólo puede llevarse a la práctica si se definen las formas y límites de la acción del Estado y de la sociedad civil, En muchos países occidentales los límites del gobierno están definidos en constituciones y declaraciones de derechos. Sin embargo, el principio de autonomía democrática exige que estos límites del poder público se revaloren en relación con un conjunto de cuestiones mucho más amplio. Si la autonomía significa “que las personas sean libres e iguales en la determinación de las condiciones de su propia vida, y que disfruten de los mismos derechos y obligaciones en la especificación de un marco que genera y limita las oportunidades a su disposición”, entonces dichas personas deben estar en condiciones de gozar estos derechos no sólo formalmente, sino también en la práctica diaria.

 Estado y Sociedad Civil

Necesitamos adoptar una perspectiva que no sólo valorice la sociedad civil y celebre su creciente protagonismo, sino que también colabore para politizarla, liberándola de los intereses particulares, aproximándola a los intereses generales, de la hegemonía del Estado.

El activismo civil funcionaría como una especie de fuente generadora de energía, con la cual se neutralizarían las maldades del sistema político. Por detrás de todo esto se despliega una visión falsa de las relaciones entre el Estado y la sociedad civil, que en lugar de ser vistas como estructura de unidad, adoptarían la imagen de una separación, de una ausencia de comunicación.

Pero la sociedad civil que emerge de esta visión es una sociedad civil despolitizada.

Concebida sin lazos orgánicos con el Estado, la sociedad civil no consigue aparecer como el terreno en el cual los grupos luchan por la hegemonía. Gramsci diría que los sujetos sociales se candidatean para la dominación y la hegemonía en la medida en que “se tornan Estado”. Sin Estado no hay sociedad civil digna de atención: sin Estado no puede haber hegemonía.

La sociedad civil no es inmediatamente política. La sociedad civil es el mundo de las organizaciones, de los particularismos, de la defensa muchas veces egoísta y encarnizada de intereses parciales. Su dimensión política requiere ser construida.

Es mediante la activación política que la sociedad civil se vincula al espacio público democrático. La politización de la sociedad civil, por lo tanto, resulta de luchas, de la evidenciación de identidades, proyectos y perspectivas que chocan y compiten entre sí. Y es sólo esta sociedad civil politizada la que se muestra capacitada para funcionar como la base de otro proyecto de hegemonía, como base de una oposición efectivamente libertadora, popular y democrática, ante las estrategias de dominación referenciadas por el gran capital. Solamente esta sociedad civil puede vislumbrarse como plataforma para que se rediseñe democráticamente el Estado para que se avance rumbo a una reforma cualitativa y sustantiva del Estado.

La comprensión de la dialéctica Estado-sociedad civil y la asimilación de un concepto riguroso de sociedad civil no son importantes sólo para que nos hagamos teóricamente más aptos para entender el mundo en que vivimos, sino que también son decisivos para que comprendamos el sentido mismo de la reforma del Estado que hoy se encuentra en pleno curso.

El problema de la disyunción entre política y sociedad civil. Es que nosotros nos volvimos modernos y globales casi simultáneamente. Nos fuimos modernizando al tiempo que nos fuimos globalizando. Es decir, fuimos condicionados, en primer lugar, por la nueva fase de ordenamiento de las relaciones internacionales y de organización del mundo, que se identifica con la afirmación de una hegemonía, la hegemonía del neoliberalismo, con su individualismo agresivo, su énfasis en el mercado y en la minimización de la presencia del Estado. En segundo lugar, vimos reducirse las bases de la soberanía, teniendo que asistir a una sensible disminución de la supremacía estatal vis-à-vis en el exterior y en el interior, con los individuos siendo proyectados como ciudadanos de un Estado que ya no logra imponerse sobre su propio territorio ni sobre los hombres y mujeres que en él conviven. En tercer lugar, nos globalizamos en el sentido de que fuimos alcanzados por el proceso de difusión de informaciones en una escala inédita, pasando a integrar una verdadera “aldea global” donde se opera en “tiempo real”, en la cual las informaciones circulan a una velocidad extraordinaria y entran en todas partes sin pedir permiso.

La reunión de estas tres vertientes constitutivas del proceso de globalización crisis de la soberanía, están generando en nuestros días, en todo el mundo, una especie de mentira de los institutos clásicos de la política. Ya no sabemos más cómo organizar los consensos y ya no poseemos más ciudadanos capacitados para reflexionar, ponderar y calcular con base en diseños razonables de futuro. La sociedad civil terminó, así, por entregarse a los intereses particulares más inmediatos que en ella conviven de modo competitivo, no dejándose alcanzar por ningún proyecto “general”: permaneció de espaldas a la política, incapacitándose para producir consensos o crear hegemonías. Con esto, la propia democracia tiende a fluctuar, a ubicarse por encima de la sociedad, a afirmarse sólo como un valor abstracto. El espacio de la política, a su vez, se convirtió en un espacio de la política como espectáculo. Más imágenes, menos “hechos”, menos ideas, menos opiniones sustantivas, menos protagonistas organizados. Las disputas electorales pasaron a hacerse mucho más con base en este juego de imágenes e informaciones que con base en la confrontación de opciones activadas por organizaciones políticas vinculadas a la sociedad civil. Se estrecharon así los lugares en que hubiera sido posible afirmar identidades colectivas y utopías, factores con los cuales proyectar el futuro.

Fue inevitable que nos encontrásemos con una separación entre lenguaje del Estado y lenguaje social. Acabamos, entre dos mundos que sólo se comunican con dificultad y que casi siempre compiten entre sí. El sistema dominante trata a la sociedad civil como fuente generadora de problemas para la gobernabilidad, o como expediente con el que se cuenta para intentar aliviar los costos del Estado.

La sociedad civil, por otra parte, se percibe como víctima de un Estado que todo lo exige y que poco consigue producir, responsabilizándolo por todos sus infortunios y por todo aquello que deja de hacer para atender las distintas carencias o por todo aquello que hace para ampliarlas. Pero no se trata de una sociedad que se proclamaría con vocación para autogobernarse: victimizada por el Estado por una parte y por otra parte, como una especie de niño indefenso incapaz de sobrevivir sin la tutela y la protección del Estado. Se desea “menos” Estado para ciertas cosas, pero mucho “más” Estado para otras cosas. Todo depende del grupo que demanda, de la naturaleza de las reivindicaciones, de los intereses en juego.

En una situación en la cual se profundizan y se congelan tales oposiciones entre sociedad civil y Estado, ¿qué tipo de consecuencias se produce? En primer lugar, aumentan las posibilidades de que se generalice la idea de una sociedad civil “sin Estado”, desprovista de formas de mediación, que se representa a sí misma todo el tiempo, y que por lo tanto nunca se representa de hecho, en la cual los intereses particulares, combaten unos con otros por motivos no muy nobles; un espacio en el que imperaría la ley del más fuerte y donde los intereses de los más fuertes se afirmarían ante los intereses de los más débiles. Con lo que quedaría imposibilitada la resolución del problema de saber quién organiza a los desorganizados y dirige la sociedad civil, o sea, quién direcciona los intereses hacia nuevas formas de equilibrio o de compensación. En suma, en esta imagen salvaje, permanece sin saberse qué instancia reuniría las condiciones para “obligar” a los diversos intereses particulares, afirmados siempre de modo imperial y agresivo, a integrar una comunidad política que los igualaría y equilibraría.

 También queda sin condiciones para ser resuelto el problema de saber quién “protege” los intereses de los más débiles o garantiza las conquistas sociales acumuladas a lo largo del tiempo. En el límite, por consiguiente, en un escenario en el cual Estado y sociedad civil son mundos separados, se torna extremadamente difícil la afirmación política de la sociedad civil, es decir, la afirmación de nuevas hegemonías.

 En segundo lugar, aumentan también las posibilidades de que se materialice un “Estado sin sociedad civil”, o sea un Estado omnipotentemente concentrado en sus poderes ejecutivos, vacío de política, racionalmente gerencial, concebido a lo más como defensor de una democracia minimalista y de una sociedad civil capacitada para firmar “sociedades” o actuar en procesos de “descentralización participativa” meramente protocolares.

 Conclusión

La sociedad civil a lo largo del pensamiento político experimenta una gradual independencia de la economía o el mercado, así como del Estado. El desarrollo del concepto en la modernidad desemboca en una sociedad civil entendida como un ámbito autónomo, que incluye elementos distintos a los de las otras esferas de la economía y del Estado y opera con lógicas de funcionamiento propias.

El concepto de sociedad civil, además de su recorrido complejo y de sus constantes cambios de significado experimenta en la actualidad otra situación que amenaza su posibilidad de consolidación como potente herramienta analítica: la constante evocación de la sociedad civil como bandera de lucha, como parte de un discurso movilizador utilizado, desde los movimientos de oposición a los regímenes autoritarios, tanto en Europa de este como en los movimientos latinoamericanos contra las dictaduras y la actual sobreexplotación del término, comúnmente utilizado por periodistas, líderes políticos y otros actores, han contribuido a la ambigüedad del concepto de sociedad civil.

El camino que ha recorrido la sociedad civil va adquiriendo múltiples significados, según el momento histórico en que se utiliza el concepto.

Bibliografía

Gellner, Ernest, Adam Ferguson y la sorprendente solidez de la sociedad civil, en Revista Metapolítica, Vol. 1, Nº2, Junio 1997, pp.199-210.

Gramsci, Antonio, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno. Traducción de José Aricó. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires,1972.

Olvera, Alberto J. (coordinador), La Sociedad Civil: De la teoría a la realidad, Centro de Estudios Sociológicos, El Colegio de México, México, D. F., 1999. (Varios autores).

1 comentario:

  1. Mar�a Jos�:
    El concepto de "sociedad civil " ha irrumpido en el �mbito del estado y la socieda como una opci�n de participaci�n en asuntos que interesan a diversos sectores de la poblaci�n, resulta tambi�n un contrapeso al gobierno y los mismos partidos pol�cos que se cree han perdida su verdadera representaci�n pol�tica. Interesante el tema, gracias.

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